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Mujeres trabajando con mujeres. Reflexiones sobre un Taller, por Teresa Yago


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“Mujeres trabajando con mujeres”. Reflexiones sobre un Taller.

Teresa Yago Simón [1]

En marzo de 2010 Silvia Tubert visitó Zaragoza. El Instituto de la Mujer, Ministerio de Igualdad, había encargado a Silvia realizar un Taller de Trabajo e Investigación que constaba de dos fases. La primera fase consistía en la realización de talleres dirigidos a profesionales del área socio-sanitaria que atienden a mujeres en su ámbito profesional, con la finalidad de generar a partir de la experiencia vivida en el grupo de encuentro, una conceptualización teórica. En una segunda fase, se elaboraría un informe dando cuenta de las diferentes experiencias realizadas en varias ciudades españolas, y en el que se considerarían las articulaciones entre las posiciones subjetivas de las profesionales, las relaciones intersubjetivas tanto con las personas asistidas como con las demás integrantes de los equipos de trabajo, las relaciones de poder dentro de las instituciones y las exigencias y limitaciones derivadas del funcionamiento institucional.

En marzo de 2010 realizamos, con la colaboración de la Asociación Vínculo, Intervención Social Feminista, un taller con Silvia Tubert en Zaragoza.

Silvia falleció en febrero de 2014. Algunas mujeres que participamos en ese taller recordamos la experiencia con cariño y con reconocimiento, fue una experiencia importante para nosotras y en nuestro recuerdo, ella reunía dos importantes facetas, la potente profesionalidad y la suavidad y ternura en la relación.

El deseo de recuperar de algún modo su memoria, me hizo volver a los “apuntes”, y he rescatado el escrito en el que relato lo sucedido, y que publicamos en Área 3 in memóriam de Silvia Tubert. 

He participado en el Taller “Mujeres trabajando con mujeres” realizado en Zaragoza. El taller era, al igual que el título que lo convoca, de mujeres trabajando con mujeres. Las integrantes del taller éramos de diferentes edades, con diferente formación y desempeñando trabajos distintos, y trabajamos como un equipo. Silvia Tubert dirigió el taller. El espacio fue organizado por dos mujeres, Isabel Mélendez y Reyes Moreno, y fue subvencionado por el Instituto de la Mujer.

Al comienzo del taller escuché “entre perturbación y enriquecimiento”, y al final “cuestionamiento de una misma como forma de crecimiento”. Quiero aportar, con este escrito, lo que he observado y pensado en el espacio de tiempo que transcurrió entre estas dos frases.

La tarea que se nos propone, y que explícitamente aceptamos con nuestra presencia y nuestra participación, es pensar sobre "Mujeres trabajando con mujeres", pensar utilizando como instrumentos: el relato de experiencias profesionales, la representación de escenas significativas, la expresión verbal de los sentimientos que nos provoca la situación analizada, el diálogo entre las integrantes del taller y la escucha de las intervenciones de la coordinadora.  

De tal modo que nuestro taller fue una experiencia de aquello que queremos conocer “mujeres trabajando con mujeres”, pero esta experiencia se produjo en un espacio privilegiado: un recorte témporo-espacial y un marco de trabajo que posibilitó, tal como una de nosotras comentó en el momento final de evaluación, “trabajar con honestidad”. Honesto, porque colaboramos para lograr la tarea propuesta y pudimos, con ello, aprender acerca de nuestra "subjetividad" en relación con el trabajo profesional. Reconocimiento, colaboración en la tarea y cuestionamiento personal.

Lo primero, la ideología.

Recuerdo que el primer caso presentado nos hizo pensar acerca de cómo puede interferir la ideología en nuestro trabajo; cuando el quehacer profesional se convierte en un "lugar" de demostración de que nuestros puntos de vista sobre la realidad, sobre la vida de las mujeres, son los correctos. De ese modo, podemos ser opacas a datos que no "cuadran" con lo esperable según nuestra perspectiva y además, puede quedar en segundo plano la tarea real que es, hacerse cargo de la problemática de la usuaria.  

O, en sentido inverso, cuando sentimos culpa por juzgar los comportamientos de otras mujeres, sobre todo cuando hay una gran distancia social / de clase. ¿Tenemos derecho a cuestionar el deseo de maternidad de mujeres con condiciones socioeconómicas muy deficitarias? ¿tenemos derecho a cuestionar el grado de autonomía de mujeres que organizan su vida según parámetros culturales muy diferentes a los nuestros? Así, es difícil poder plantear la contradicción que hay entre recibir de forma crónica una ayuda social económica y el deseo de maternidad reiterado; entre enunciar un deseo de autonomía económica y no ser constante en la asistencia a los cursos de formación para el empleo. Nos podemos sentir culpables por no entender o, en el fondo, desaprobar este tipo de comportamientos, y esa culpa nos impide plantear estas contradicciones a las usuarias a las que atendemos.

Lo segundo, lo institucional.

En varias de las situaciones que analizamos en el taller, observamos que tenemos tendencia a pensar que los problemas que se presentan en nuestras intervenciones profesionales, son fracasos personales. Porque, "cada una hace lo mejor que puede en cada momento". No obstante, al analizar los encuadres que determina la institución en la que se trabaja, se pudo pensar en qué medida eran precisamente las características del encuadre las que contribuían a que la tarea no pudiera llevarse a cabo eficazmente.

Las instituciones tienen normas no explícitas que actúan como mandatos, tanto para las usuarias como para las profesionales y esto está determinando, en parte, nuestro trabajo y la interrelación con la usuaria.

En unos casos, era el modelo profesional el que nos impelía a hacernos cargo de las situaciones emocionales y sociales de usuarias más allá del ámbito de nuestra responsabilidad profesional. A una integrante, la necesidad de hacerse cargo de aspectos emocionales, le hizo saltarse el encuadre que había acordado con una mujer usuaria en su relación profesional y esto le condujo a una situación problemática, que difícilmente pudo solventar. Su actuación excedió el campo de su responsabilidad profesional. “No tenía que entrar en el Hospital, pero no pude dejarla sola en ese momento”.

En otros casos, una prohibición implícita es la que condiciona la relación con la usuaria, y no es posible hablar con una mujer víctima de violencia de género sobre su deseo de seguir unida al hombre que la maltrata una vez terminado el periodo de atención recibida. ¿Cómo se puede establecer una relación de ayuda con este imperativo? ¿Cómo puede trabajarse la ambivalencia de las mujeres maltratadas si no puede hablarse de ello en la Institución? Funciona como tabú, no hablar, no reflexionar, no nombrar… que las mujeres vuelven con sus parejas maltratadoras cuando están siendo o han sido atendidas por los servicios de Violencia de género. Vergüenza de hablar, ellas y nosotras, quizás también vergüenza o temor de cuestionar lo instituido, ellas y nosotras: “si digo algo, me echan”.

Observamos que la Institución, a veces, coloca a las profesionales en un lugar imposible. Por ejemplo, cuando en una institución con finalidad educadora y penalizadora, a la trabajadora no se le reconoce una autoridad real al no tener capacidad sancionadora, la tarea concreta de enseñanza que debe realizar no es la especialidad técnica en la que tiene formación y, además, la reunión de equipo es el día en el que ella no trabaja,...

El mandato institucional condiciona nuestra intervención y, puede suceder, que las profesionales se cuestionen su trabajo en lugar de cuestionar porqué las normas implícitas no se hacen explícitas y se trabaja desde ese reconocimiento o porqué las normas explícitas se contraponen con las condiciones de trabajo.

Por tanto, teniendo en cuenta que siempre tenemos un encuadre institucional que nos proporciona nuestro modelo profesional y el lugar en el que trabajamos, vimos que tendremos que aprender a no encontrarnos en situaciones imposibles, que previsiblemente conducirán al fracaso, porque exceden el marco de nuestra capacidad y responsabilidad de intervención. Sin duda, es un aprendizaje poder discriminar cómo los encuadres estás condicionando la intervención profesional, porque, ¿se trata sólo de intención, sentimientos, esfuerzo personal? En el desempeño profesional no todo se juega en los afectos, es necesario aprender a realizar un análisis del encuadre institucional y replantearnos nuestros encuadres de trabajo, para que ambos estén en relación con la tarea a desarrollar. El afecto no es suficiente para que el trabajo sea eficaz y nosotras nos sintamos capaces. Tendremos que aprender a delimitar el campo profesional propio, a hacer un diagnóstico de la situación y a saber qué nos corresponde y qué no nos corresponde hacer.

¿Es una cuestión “femenina” hacerse cargo de un problema como si fuera personal cuando es institucional? ¿Es una cuestión “femenina” pensar que los problemas deberían resolverse poniendo suficiente afecto y dedicación? ¿Es una cuestión “femenina” o es una carencia en nuestra formación profesional, que dejó fuera todo lo relativo al análisis del encuadre institucional?

Lo tercero, el equipo.

Para las mujeres del taller la autonomía es un valor y este valor orienta y dirige el trabajo profesional con las mujeres, “deseamos que sean autónomas”. Pero, en el análisis de los casos pensamos que esa autonomía es una forma concreta, que le damos forma según nuestros valores, y es difícil reconocer a otras mujeres con formas de vida diferentes.

Pero, ¿cómo se juega nuestra autonomía en el mundo profesional? “Defender tu propio espacio es tarea tuya y si lo haces, se percibe como agresividad”. Afirmarse y agresividad se contraponen en este momento, en el discurso del grupo. Temor al conflicto, necesidad de negociación, necesidad de justificarte por querer mantenerte en tu sitio. La firmeza parece un valor apropiado y tolerado, una vía para resolver situaciones de exigencia desmedida por parte de los otros (institución, equipo, usuarias); un valor que tiene que ver con la autoafirmación. Me gustó aprenderlo en este taller: la firmeza es una vía posible, no doblegarse pero no ser agresiva, no ceder por temor al conflicto, pero no provocar violencia al defenderse.

Trabajar con conciencia social en una entidad privada, trabajar como freelance en una institución pública. ¿Es una fantasía de omnipotencia, la autonomía idealizada es una fantasía de omnipotencia? ¿Es real que tenemos capacidad de tomar decisiones? ¿Tenemos una imagen utópica de la autonomía, de la posibilidad de decidir? Todo alude a una falta de equipo, a una soledad forzada, a una falta de reconocimiento del resto del equipo. En la experiencia de las integrantes del taller, es muy general que nadie quiera o pueda compartir las decisiones, los enfoques y que haya dificultad para rebatir las distintas posiciones profesionales. No hay reconocimiento mutuo. No se puede aprender a pensar en los equipos.

Los conflictos institucionales nos pueden llevar a la parálisis. Y el mundo emocional puede aplastarnos en los equipos. Temor a sentir y recibir, envidia, rivalidad, desbordamiento emocional, y excesiva racionalización. El cuestionamiento de la autoridad y la necesidad de ser reconocida en lo profesional. Todo conduce a la imposibilidad de que el equipo coopere para llevar a cabo su trabajo, aquello que lo funda. En el trabajo de las sesiones se observa que ocasiona sufrimiento la superposición de crítica profesional con desvalorización personal, la defensa de una opinión diferente se convierte en un ataque personal, “no critican mi proyecto sino que me invalidan personalmente, por lo que entonces pierdo la capacidad de defender el proyecto”. De igual modo, el desconocimiento se convierte en desconfianza hacia la compañera que presenta y defiende un modo de trabajo, “no entendía lo que explicaba y entonces, yo iba a machacar”.

¿Para qué es útil definir los problemas del equipo como problemas emocionales? El desacuerdo se sitúa en los aspectos relacionales y no hay discusión de criterios; es un modo de tapar las diferencias existentes entre profesionales y, por tanto, tapa la rivalidad, los celos y la envidia del saber de la otra, “como nos llevamos mal, no podemos hablar del trabajo”

Y, las usuarias

El miedo y la rivalidad paraliza al equipo.

Queda la imagen que nos devuelve el espejo en el que nos miramos, las usuarias.

Demasiada cercanía, demasiada distancia, ¿cuál es la distancia óptima? En algún punto tenemos que identificarnos, sentir que algo de aquello nos puede pasar, podemos sentir, podemos pensar. En algún punto nos tenemos que alejar, para que la angustia no nos bloquee, para poder escuchar las necesidades de la usuaria, para poder saber qué le corresponde a ella y qué es nuestro. Todas estamos expuestas. No todas somos idénticas. Veremos lo que tememos, lo que odiamos, lo que queremos conseguir. Pero si te angustias con la otra por razones propias o su alteridad te es muy extraña, trabajar con ella será más difícil.

Las pacientes tienen historia. Nosotras también. Cuando trabajamos con pacientes crónicas, o mujeres con problemas graves cronificados, difíciles, con largas trayectorias de tratamientos o seguimiento en las instituciones, con gran dificultad para realizar un mínimo cambio en sus vidas, nos planteamos “¿por qué trabajo con ella? ¿qué quiero conseguir?”. Es así que podemos ver cómo se entreteje nuestra historia y la historia de las pacientes. En algunos casos podemos ver que se intenta resolver en la vida de la usuaria aspectos no resueltos en la nuestra, y cómo los casos más difíciles nos interpelan sobre nuestra capacidad profesional e intentamos ser capaces donde nadie ha podido serlo.

En distintos momentos del taller, nos hemos dado cuenta de esta interrelación, incluso del modo en el que usuarias/os se comportaban con la profesional de un determinado modo porque, de alguna forma, la situaban en un lugar similar al que la sociedad les adjudicaba a ellos/as. La educadora recibe, siente, “sus caras de desprecio día a día”, del mismo modo que ellos deben sentirlo, ya que son despreciados, rechazados, desvalorizados por la sociedad. Adolescentes que probablemente están haciéndose cargo de sus deseos y fantasías, que proyectan en la educadora su identidad en construcción (tanto cultural como sexual) “ni tía, ni tío,... te quitan la identidad”.

Quedó en stand by, el temor a ser agredida por no saber, el refugio del discurso ideológico o racionalizador para evitar el cuestionamiento de afectos y saberes, y la dificultad de ponerse en el lugar de la otra, cuando ese lugar es denostado en esta sociedad.

Termino con una frase dicha en este taller, en el que pudimos, por un breve espacio de tiempo, cooperar sin rivalidad, “Yo también soy una mujer, no una entidad patológica”.


 

[1] Teresa Yago es médico ginecóloga. Zaragoza.

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